En esta recopilación inédita de sus discursos, encontraremos a un Kipling extrañamente cercano: rara vez en su obra le hallaremos un tono más íntimo, más confesional —como un chef que cocinara para los amigos o un pianista que, tras el concierto, se relajara ante el piano de un pub—. A veces hasta se le hace presente, a Kipling, un punto de retranca chestertoniana. En todo caso, en estas piezas ligeras no deja de haber momentos para la pura belleza: creo de corazón que su discurso sobre los olores de los viajes puede atravesar la puerta grande de las antologías del autor. Y tampoco faltan las honduras, por ejemplo al desarrollar sus teorías sobre lo inglés, sobre la ficción o la utilidad del leer. Porque no, no todo son piezas de circunstancias: estas rarezas kiplinguianas son, sin duda, una delicatessen.
Ignacio Peyró