El lector habituado a los textos lacanianos puede sorprenderse, como les sucedió a los autores de este libro, de la frecuencia con que aparecen una y otra vez en las volutas de la argumentación, imágenes de animales. Una suerte de jardín zoológico se asoma a las páginas con un movimiento parecido al que atrae hacia allí las figuras de los filósofos o de los poetas. Las razones de su presencia pueden parecer en principio oscuras o lábiles, pero conforme la elaboración va mostrando su coherencia interna, tanto más tienden las imágenes a desvelar su intrínseca necesidad. Por un lado el «arca» abre sus puertas para hacer evidente la atención que el psicoanálisis presta al «sujeto» en contra de cualquier reducción pretendidamente objetiva: de hecho, sus habitantes son liberados del laboratorio donde las ciencias experimentales querrían usarlos para alcanzar triunfalmente una explicación del hombre a todas luces menoscabada. Por otro lado, los animales, partícipes de la gran tradición simbólica que los quiere guardianes o en cualquier caso indicadores de límites decisivos, muestran cómo un saber que intente de verdad referirse al «sujeto» no cabe dentro de una concepción demasiado «humanística» del hombre.